Por Carlos de la Rosa Vidal
Cuando todo parece oscurecerse, como si hubiésemos
despertado a una pesadilla. Cuando el mundo emplomecido parece provocar la náusea literaria de
un escritor. Cuando usted se ha detenido y ha contemplado cansancio en el mundo
en lugar de sueños vivos, entonces ha llegado el momento de frenar la espiral y
responder a innumerables preguntas que llevarán o a enterrarnos en vida, o acceder
al don de atrevernos a la gloria.
Son tantos los condenados a una vida de derrota y sin
sentido. Desdichados que tropiezan
cada nuevo día con experiencias de ahogo y amargura. De
asfixia y desconsuelo. En un callejón sin salida, cuyo final parece ser solo el escape de la vida,
en palabras de Emile Ciorán, “solo se comprende la muerte si se siente la vida como una agonía
prolongada.”
Sin embargo, en las otras esferas del ring de la
democracia vivencial, miles y miles y miles
gritan con cada acto de su vida “qué bello es vivir”
como si fuese el resultado de un soneto
compuesto aun antes de su nacimiento. Para este grupo la
vida es una constante celebración, los motivos son incontables. Una nueva etapa en la
profesión, la venida de un año nuevo, una condecoración recibida, hasta el centenario de un
fallecimiento es excusa para el festejo.
Por otro lado, para mayor escozor de quienes no soportan
las restas de la vida, aquellos
convencidos de la condena inmerecida, el sonreír de los
positivos y suertudos es solo una burla para tanta miseria en el mundo de los
seis mil millones. El choque entre los ideales y la realidad sólo podrían
producir dos cosas esenciales: primero, una sabia búsqueda del sobrevivir, aún
con la percepción adversa de su tiempo. Luego, en segundo
término, con más de apatía y pereza, ese enfrentamiento dejaría en la persona a responder con
destrucción o a no responder a nada en absoluto. Casi en abandono al vaivén de la existencia.
Emile Cioran, un escritor sui géneris, rumano, con un
tono de lo trágico, escribió burlándose
sabiamente de la supervivencia. Entre más de una docena
de libros escribe En las Cimas de la
Desesperación, a la edad de veintidós años, como él
mismo explica redactó el libro con un sentido de liberación, porque de lo
contrario hubiese puesto fin a sus noches. En él piensa que “se pueden concebir
dos maneras de experimentar la soledad: sentirse solo en el mundo o sentir la
soledad del mundo.
En el primer caso percibe la soledad del drama
individual, en donde quizá la incapacidad de adaptarse, las deficiencias propias
o la indiferencia del mundo, provocan ese sentimiento. En el siguiente, percibe
la experiencia de la soledad ante la visión de algunas personas de un universo
abandonado.
La soledad y el sinsentido son como dos cófrades
confabulados, compañeros acaso para despertar, solo a quienes no renuncian sin antes
haber llegado al pensamiento, una singular comprensión o acaso un pesimismo vital,
que sin embargo les permite vivir. Que de lo contrario, de no suceder, acabaría
sumiendo a la persona en el abandono a la espera de una muerte redentora.
Cabe preguntarse, ingenua pero necesariamente, quiénes
están equivocados losoptimistas o los pesimistas. Esta pregunta, tomada con
seriedad, sólo proviene del público acostumbrado a la etiqueta y la
nomenclatura. De quienes adecuan sin conciencia su ritmo emocional
a las condiciones del clima. Para quienes un día
lluvioso resulta un día triste. Los días no son tristes, sino los hombres son
burbujas de sincronización.
Como tampoco puede resultar un pecado llorar cuando todos
lloran. Como saber por qué usted ríe, porque habita entre la risa. Y entre los
hombres que la provocan. La natural adaptación no es ni buena ni mala, sino solo es. Entonces cabe otra
pregunta tan urgente. Y es ésta: Cuál es la pregunta correcta ¿por qué es tan
bello vivir? o ¿por qué es tan desastroso vivir?
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